20.5.08

Había llegado su hora!


Había llegado su hora, después de una serie de inspecciones llegaba su Hora de Fuego, atravesó el umbral y camino por la tungstenica habitación, al otro lado de esta se encontraba una gran puerta que se saltaba del diseño. Ya lo había estudiado una veintena de veces, pero aun así espero la señal de su profesor, la tomo por el picaporte abriéndola, al cerrarla detrás de si sintió como que dejara algo olvidado, algo muy necesario para el viaje. Soltó el mango, lo tomo nuevamente. Nada pareció cambiar, pero al girar el picaporte este se encontraba diferente, mas liviano, antes de abrir la puerta había cliqueado el cronometro, tenia una hora para deambular por el tiempo, doce de febrero de mil nueve cuarenta y cuatro le había sido asignado, desde las 13:00 a las 13:59:99 y décimas. Deambulo por la habitación, le parecía tan antigua, pero sabia que era todo lo contrario, escuchaba los silbidos de las balaceras y el corazón parecía latirle por primera vez, comprobando lo que sus ojos habían antes leído o visto en el turbo-visor.
Cada instante era emocionante, la luz era mas pesada allí afuera, podía ver las ruinas, entre las cortinas de filigrana, a pocos metros, sabia que la ciudad entera iba a ser destruida por el bombardeo a las 14:01:87 en punto y entonces la vio, una niña con su muñeca a cuestas, tratando de encontrar refugio tras las anquilosadas puertas por sus marcos fuera de escuadra. A sabiendas de que no iba a modificar nada, la guió con una seña y la ayudo a subir los desmoronados escalones, los ojos miraron los tablones –creyendo salir de la sartén para caer al fuego – la envolvió en unas frazadas que había sobre un camastro sin colchón del primer piso de la mansión y tubo que volver por la puerta, su Hora de Fuego había concluido.
El recuerdo de la niña envuelta en su destino torturaba sus últimos momentos en aquel milenio, quiso volver para llevarla, pero algo superior no se lo permitió. El picaporte volvió a su pesadez anterior, pero cuando entro a la tungstenica habitación su profesor no estaba esperándo, tampoco el equipo de inspección ni el umbral, en su lugar una puerta sin cerradura. Paso horas tratando de pedir ayuda, escrutando las rendijas, buscando las llaves. Luego comprendió que la habitación de tungsteno había cambiado, pensó que en el siglo veinte había dejado salir algo de aire cuando ayudo a la niña o que ella le había quitado un botón a su chaqueta y había desmoronado la estructura histórica, habiendo emergido en otra, sonrió nerviosamente mientras se creía poca cosa, con la seguridad de que pronto podría desvelar la verdad. Para bien o para mal.
Pronto, o no tanto, un mar de pensamientos ajenos comenzaron a oírse como susurros, murmullos bulliciosos hasta convertirse en gritos fastidiosos, parecía poder escuchar sus propias dudas futuras, antes de siquiera planteárselas. La puerta se había abierto sin emitir sonido, una figura de su complexión había entrado y asombrada exclamo algo que se difumino en el contacto, los ojos se miraron, eran idénticos, – el mismo par –, la mano sobre la mano – la misma mano – habían definido el dilema.

Fin

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