26.4.09

Gritos en su interior

Solo unos días antes de que él naciera, su abuela había muerto, por casi dos décadas había sido la curandera del pueblo marginal, que ya se había fusionado con el éste de la ciudad. Muchas veces sintió las miradas dirigidas hacia su madre, por los más supersticiosos de la comunidad que recurrían a la casa donde aun vivían, pidiendo favores de ultra mundo, insistiendo que los poderes de la madre habían sido gestados en pleno embarazo, y por eso la bruja se veía tan débil en esos meses.

El viejo Juliano caminaba por la vereda, cabizbajo, con el rostro fruncido, mas arrugado que de costumbre, la visión fue breve, pero pronto Matías supo que cada paso del anciano eran los suyos y sin perder el hilo la transmutación se concreto y el último vestigio de Juliano se desvaneció.
El joven anduvo por esa vereda junto a una calle de tierra, tan descuidada como hacia muchos años no veía en su barrio, no tenia en mente donde iba y tampoco que no tenía una meta, hasta que Gabriel, un amigo de la infancia se presentó. Una sonrisa y un abrazo fuerte mediaron a las palabras, Matías percibió que lo había soltado demasiado pronto y sintió un poco de pudor, por impregnar a ese momento perfecto un dejo descortés.
― ¿Como estas? Te vine a invitar a comer un asadito…―
― Y que puedo decir… Ahora bien ― Las últimas palabras las soltó entre sonrisas. Luego de unos pasos entraron al patio de una casa venida a menos, donde varios amigos que no tenían conexión posible con Gabriel estaban allí, solo entonces todo le cerró a Matías o le pareció evidentemente, era un sueño.
― Voy por un encendedor a casa, Gá. ―
― Esta bien, pero no te vallas a quedar dormido ¡Eh! ― Entendió que sus palabras estaban influenciadas por la conciencia de la realidad en que estaba inmerso, Matías sonrió nuevamente y corriendo intentó echarse a volar, pero solo pudo planear torpemente, el dominio de los sueños lo hacia sentirse tan eufórico, pero lo que mas le gustaba era volar, ahora esa habilidad parecía estarle vedada, aunque batía sus brazos, algo le pesaba mas de lo que su voluntad lo alivianaba.
Aunque se sentía incompleto disfrutaba simplemente el hecho de encontrarse con las miradas desaprobadoras de las viejas que barrían la vereda con su delantal de cocina y sus ruleros bajo las redecillas o las cofias de baño. Se aferró en el tronco de una palmera y se dio envión, reboto en el semáforo de una avenida y la cruzo viendo los automóviles desde arriba, riendo y temiendo luego, al comprobar que su altitud se perdería antes del fin de la ancha Libertad, por fortuna al rebotar contra el suelo la luz roja lo había protegido.
La idea acudió a su mente, o a la representación de ella en esa realidad ― Tengo que encontrar chicas, en este mundo soy dios… ― Pero simplemente supo que no las había, la ciudad estaba poblada de casas bajas y vacías, pronto un ojo se le agudizo, como si fuera un gato que halla su presa, una silueta estaba a unos doscientos metros. Cambio de dirección haciendo un esfuerzo con su mente y su cuerpo, picó en la medianera de una casa, luego en otra y dando saltos lentos pero altísimos se fue acercando como en una caminata lunar. A medida que llegaba a su presa, su mente iba apilando la multiplicidad de ideas y otra extensión suya la iba predisponiendo a ella para que lo esperara de la forma que a él más le convenía. Solo necesitaba unos tres saltos más, podía ver su cuerpo estilizado, su cabello rizoso, de pronto, algo le pareció familiar en el ambiente. Al fin había llegado, se quiso posar con gracia en la medianera de ladrillos húmedos, muy rojos, pero atónito vio al viejo Juliano que muy risueño maquillaba a su nieta, quien le dirigió una mirada triste que refería a su invasión ultrajante.
Bajo de un salto, ya pesado, y fue horrorizado hasta la puerta de su cuarto, falsamente amparado por la oscuridad de su hogar, que lo encontró extraño, sus pasos eran lentos y el cuerpo le dolía como si hubiera sido castigado toda la noche. Al abrir la puerta la niña estaba en su cama, con la ingle llena de sangre, tras un dedo acusador, su mirada firme pareció pronunciar unas palabras que de alguna forma le resultaron muy familiares.
‹‹ ¡Voy a cruzar la medianera y te voy a acusar, todos lo van a saber! ››

Matías despertó consternado, con los recuerdos del sueño difusos, pero la ultima imagen bien parecía clarificarlo, no podía entender porque había hecho eso en su sueño, violar a una niña, a su vecina, se preocupaba por la cruz que él cargaría todo aquel día.
Aun dentro del baño, al cerrar la canilla del agua caliente oyó el llanto de una mujer desesperada.
― Bendiga su cuerpito Señora, es lo único que le pido, murió niña, tan solo once añitos…―
― No tengo los poderes de mi madre, ya se lo dije. Adiós. ―
Matías vio a su madre, Graciela estaba con los ojos cerrados, apoyada en la puerta cerrada. Creyó reconocer culpa. Con la frente en alto le dijo ― Esta herencia trunca me hace enterarme de todas las tragedias del barrio, murió la nieta de don Juliano, se disparo con su arma en la ingle mientras jugaba. ― Matías supo la verdad y entendió que la cruz era mas grande y lo perseguiría toda su vida.

Fin

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